Erase una vez, en un París
que celebraba la Paz de las Damas,
nace prematuramente un bebé.
Pero una desgracia asola
aquesta buena familia, hijos todos
de casta noble.
El nacido tiene seca la lengua.
Es un hijo listo, moderado
y leal a su honra. Mas
su maldición puede con él
y sucumbe a la tristeza
de el no poder hablar.
Su mutismo teje el aislamiento
propio del autismo.
Inviernos pasados
y primaveras desaprovechadas
caen ante sus ojos
una después de la otra.
Y así sufría los días
cuando la Muerte decidió llegar.
El alma de su padre
se vino a llevar.
-¿Por qué Muerte
asolas mi hogar?
-Pues ahora
te he de recompensar.
De su fúnebre faltriquera
una baraja de cartas saca.
-Tómalas joven apenado,
con ellas te puedes comunicar.
Extraños símbolos ve en ellas.
Corazones, diamantes, tréboles y picas.
¿Cómo puedo hablar con esto?
Pero al alzar la vista
su padre fallecido frío queda
y la Muerte en la oscuridad.
Aqueste joven acude al entierro.
Cuando han de enterrar
suelta las picas de mas valor.
A los asistentes asombra,
pues lágrimas son
las derramadas en sus mejillas
y lágrimas parecen
las caídas en el ataúd.
En su lecho de depresión
una amiga golpea la puerta.
Con timidez sonríe ante sus lloros.
Este, en vista de su inocencia
señala una rosa que alumbraba la ventana.
Yacía seca en el alféizar.
Cogiendo su carta de tréboles
la partió por la mitad.
La chica reflexiva volvió
con otra aún mas hermosa
y se la cedió al sufridor.
Este, en vista de su inocencia
miraba con melancolía un colgante ajado
que relucía oscuramente de su cuello.
Simbolizaba su titulo acabado de heredar.
Y sacóselo del cuello.
A la par que lo sostenía
en sus pálidas manos
partió por la mitad la carta del diamante.
La chica sorprendida volvió,
mucho tiempo ha,
con otro colgante
casi igual que el anterior,
pero sin roturas.
Este, en vista de su inocencia,
de su compasión
y de su honestidad
parte la última carta,
la del corazón,
y miróse a sí mismo taciturno.
La chica sonrojada se acercó,
sus esencias se fusionaron,
sus almas se entrelazaron,
sus cabellos se mezclaron
y entre suerte y fortuna
las cartas desaparecieron.
Qué sentido tiene,
sin poder hablar,
que lo necesite
el Marqués de Poker.
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